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LLEGAMOS AL MAR EN BICI

27.05.2020


Escrito por: Daniela Duque Araque

Definitivamente una de las mejores experiencias de mi vida. Fueron 948 kilómetros de paisajes realmente hermosos, conmovedores, perfectos, pero sobre todo puros, llenos de vida y mucho color. Eso es Colombia, color en su tierra, en su mar, en su cielo y en su gente. 

¿Cómo empezó?

La respuesta a esa pregunta es solo una: ¡soñando! 

Cuando implantamos una idea en nuestra mente, el cuerpo se moviliza y la experiencia se puede hacer tangible. Esta vez la idea se implantó en 4 ciclistas aficionados que un día nos preguntamos ¿qué se sentirá llegar al mar en bici? Y al otro día ya estábamos haciendo todos los preparativos para conseguir la respuesta a esa pregunta.  

Primero diseñamos las etapas teniendo en cuenta kilómetros, desnivel y los consejos de algunos amigos que ya habían conquistado este sueño. Luego hicimos una lista con las cosas que no podían faltar en nuestras alforjas: ciclo computador, cargadores, kit de despinche (2 neumáticos, parches, bomba, paletas, juego de llaves bristol, esparadrapo y aceite para la cadena), kit de aseo, un uniforme adicional al que llevábamos puesto, un par de sandalias, ropa de cambio, ropa interior y muchas ganas de emprender esta aventura. Finalmente, cada uno dejó a su mecánico de confianza la navecita para que la consintieran y no nos fuera a fallar durante el recorrido. 

¿Cómo se llevó a cabo?

En el cuadro de la parte inferior están los datos más importantes de las 7 etapas que fueron necesarias para conquistar el sueño azul: 

 

Inicio-Llegada

Kilómetros

Desnivel Positivo

Horas en movimiento

Bogotá- Barbosa

178 km

1.267 m

6 h:58 min

Barbosa- Curití

127 km

1.595 m

6 h:37 min

Curití- Bucaramanga

91 km

1.721 m

5 h:00 min

Bucaramanga- San Alberto

101 km

1.566 m

5 h:12 min

San Alberto- Pailitas

146 km

832 m

6 h:07 min

Pailitas- Bosconia

136 km

358 m

5 h: 53 min

Bosconia- Santa Marta

162 km

672 m

7 h: 06 min

 

El paso durante las etapas fue suave, sin prisa, pero con el gran anhelo de saber que cada kilómetro que dejábamos atrás, era uno menos que nos separaba del mar. Fueron pasando los días rápidamente, la vegetación, la fauna y el clima fue cambiando con cada pedalazo. Escalamos puertos con pendientes de hasta el 12%, andamos en rectas interminables, descendimos kilómetros que le entregaban alivio a nuestras piernas y siempre mantuvimos una alta cadencia, porque la fuerza se acaba, ¡la cadencia no!  

La rutina día a día fue casi la misma. Despertábamos tipo 3:30 a.m. para estar rodando a eso de las 4:30 a.m. en compañía de las estrellas, la luna, y de luces reflectivas para ser visibles a ojos de conductores particulares, camioneros, muleros y un sin fin de compañeros de ruta que se hacían presentes con el resonar de las bocinas, mostrándonos su apoyo y compañía en la ruta.  

La noche anterior revisamos la ruta que nos esperaba al día siguiente, y calculamos en qué lugar íbamos a desayunar. Así que en la ruta teníamos dos metas, la primera era el desayuno y la segunda era el destino de ese día. Durante la etapa se hacían presentes las historias de cada uno, charlamos, escuchamos música, cantamos, tomamos fotos y videos para inmortalizar momentos y lo más importante, nos hidratamos constantemente para evitar posibles calambres.  

La comida durante los recorridos no fue muy variada, llevamos galletas de sal y dulce, maní, bocadillo, bananos e hidratantes en boli. Poco variada, pero muy necesaria. La preparación de estas onces era algo que no podíamos olvidar la noche anterior, porque una vez empiezas a rodar, las tiendas de carretera van cobrando cada vez más espacio la una a la otra, así que era mejor tener reservas en el jersey. 

Una vez llegábamos a destino, buscábamos hospedaje en internet, preferiblemente con aire acondicionado y servicio de lavandería, porque no quieren imaginar lo que era lavar todo el uniforme luego de más de 6 horas de bici. Ya hospedados y bañados, salíamos en busca de almuerzo, siempre muy casero y natural, aprovechando el tour para probar diferentes cosas de la gastronomía colombiana, y encontrando una en común: la arepa. En Boyacá ganamos energía con las arepas boyacenses; cuando llegamos a Santander nuestra fiel compañera fue la arepa santandereana, y una vez tocamos costa colombiana nos deleitamos con la arepa de huevo en compañía de un buen cayeye. 

Luego nos íbamos de compras descubriendo que en todos los rincones de Colombia se podrá encontrar un D1. Para los pagos de las cosas que comprábamos entre todos, nos inventamos “el fondo común” del cual se encargó Santiago. Consistían en que cada uno daba $50.000 y siempre que teníamos que cancelar alguna cuenta común, Santiago pagaba con el dinero del fondo. Esto nos evitó el “yo pago y ahorita cuadramos” o “todo por cuentas separadas” fue muy útil, y cada vez que se acababa el dinero volvíamos a recargarlo con $50.000 cada uno.

Dentro de las compras, el agua y los bananos encabezaban la lista en la que incluíamos las onces del día siguiente y sin falta la crema Nº4, que desarrolló una gran amistad con nuestras colitas pues se fueron pelando kilómetro tras kilómetro. 

De nuevo en el hotel, revisábamos las bicicletas, aceitábamos cadenillas, cenábamos ligero, y quedábamos listos para descansar la mayor cantidad de horas que pudiéramos, así que a más tardar a las 8:00pm ya todos estábamos en la cama.  

Ahora bien, cada etapa tuvo algo mágico. En la primera conquistamos el Alto de Tierra Negra y disfrutamos de la compañía de varios amigos que decidieron hacer parte del viaje acompañándonos este primer día. Uno de ellos fue mi papá, quien practica ciclismo hace más de 5 décadas y sé que su corazón se hincha de alegría al verme compartir con él esta pasión. 

En la segunda etapa descubrimos que nunca habíamos hecho una ruta de tanto repecho, fueron 120km de un repecho tras otro y 7 kilómetros conquistando el alto de Curití. Así, llegamos a la tercera etapa donde coronando el Cañón del Chicamocha vimos la Cordillera Oriental con los ojos, la sentimos con el corazón y materializamos esto con lágrimas de felicidad y gratitud hacia la vida por poder vivir esta experiencia. 

Con la cuarta etapa, luego de superar tres pinchadas seguidas de Santiago y encontrar como solución definitiva usar esparadrapo, llegamos al departamento del César, sintiendo la costa en nuestros pies, pero ya con varias molestias encima. El dolor en la espalda acompañó a Camila desde Bucaramanga hasta el fin del viaje. Las manos dormidas de Santiago y las mías, nos obligaban a buscar distintas maneras de agarrar el manillar. Y el dolor común fue el que sentíamos en la cola cada vez que nos sentábamos en el sillín, debido a la irritación de esta zona. Así que muchas veces parábamos durante el camino y estirábamos un poco para darle alivio al cuerpo. 

Entramos a la Ruta del Sol con la quinta etapa, este día Colombia nos regaló uno de los mejores amaneceres de nuestra vida, vimos frutos que caían de los árboles regados en la carretera y niños divirtiéndose con juguetes artesanales. Y fue con la sexta etapa con la que sentimos la planicie de esta ruta y sus rectas interminables. Fue una etapa de andar, andar, andar y no ver cuando llegar. Pero un gran premio nos esperaba en nuestro destino (Bosconia), fue el jugo de patilla más delicioso, más frío y más refrescante que jamás habíamos probado. 

Pero sin lugar a dudas la etapa que desbordó nuestros sentimientos fue la última. Salimos 3:45 a.m. pues sabíamos que era una etapa larga y no queríamos pedalear mucho tiempo bajo el sol. Con cada pedalazo estábamos más cerca de conquistar nuestro sueño, los pajaritos despertaban y le daban sus buenos días al mundo, los árboles ya no eran sombras, sino que cobraban colores verdes, amarillos e inclusive rojos. Luego de pedalear más de 150 km, empezamos a ver letreros que nos mostraban que faltaba poco, que ese viaje, a pesar de cobrar sentido constantemente con cada experiencia, por fin tomaba el color, el sabor y el olor a mar. Así fue como el 20 de diciembre de 2019, tras atravesar 5 departamentos en 7 etapas de 140 km y 6 horas diarias aproximadamente sobre la bici, nos encontramos con el sueño azul, el grande y majestuoso mar Caribe, allí estaba esperándonos, con su tranquilidad, su paz, su sabiduría y enviándonos un mensaje en letras mayúsculas “¡¡¡LO LOGRARON!!!" 

Recorrer mi país a velocidad humana me ha llevado a verlo de otra manera, mis compañeros de ruta Santiago, Camila, Lina y yo, nos encontrábamos kilómetro tras kilómetro infinidad de plantas de todos los colores, aves que cantaban en diferentes tonalidades y que con el paso del tiempo empezábamos a reconocer, multitudes de animales terrestres que se escondían detrás de las ramas cuando el sonido de las llantas se iban acercando y un sin número de personas que cambiaban sus rasgos con el paso de los kilómetros en nuestras piernas, pues cada uno tenía algo muy característico de cada región.

Fue necesario atravesar mi país para encontrar el sueño azul, fue necesario encontrarnos con nosotros mismos para poder encontrarnos con él, fue necesario dejar atrás mucho peso de nuestro equipaje emocional y sobre todo fue necesario renovar el alma para poder llegar como se debía a este grandioso encuentro.  

Aventura realizada por: Lina Mercado, Santiago Galindo, Maria Camila Correales y Daniela Duque Araque

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