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CAPÍTULO 1: ¿PARA QUÉ HACERLO FÁCIL SI SE PUEDE HACER DIFÍCIL?

14.02.2018


Autor: Vagamundos Team

JACK: Me parece que es un poco peligroso, ¿no?

FRANK: La cosa ya está más calmada por esa zona, fresco. Pues durísima si está, no sé si esta vez la podamos lograr.

ANDRÉS: ¡Pero qué les pasa! ¡Esa vaina esta jodidamente dura! ¿Y por qué no hacerla simplemente por la Ruta del Sol y ya? No sabemos qué nos vamos a encontrar por allá ¿Arauca? ¿Norte de Santander? ¿En serio? ¡Ustedes están fritos!

JACK: Lo tenaz es que, si queremos llegar el 31 de diciembre antes de medianoche, ¡tendríamos que hacer un promedio de 170 kms diarios!

FRANK: ¡Pues qué más da! ¡Hagámoslo real! Esta ya es la última. Vamos sin mente.

Y así empezó todo. Nueve ciclistas emprendimos un recorrido contra el tiempo. El primer reto: Hacer 1.700km de Bogotá D.C. hasta Punta Gallinas en la Guajira en 9 días. ¿Cómo llegamos a esto? Desde hace 5 años venimos trazando una nueva ruta cada vez más difícil que la del año anterior. Se ha convertido en un vicio, una necesidad que nos supera.

Corría la tarde del 23 de diciembre y algunos familiares y amigos llegaron a la tienda 14 OCHOMILES de la calle 96, para despedirnos. Salimos rumbo a la Autopista Norte, hacia el embalse del Sisga y desviamos por la vía que lleva a Machetá. Descendimos hasta Guateque y así como hace dos años, en la Antitravesía a Puerto Carreño, atravesamos los 18 túneles que hacen parte de la carretera destapada que va paralela a la represa de Chivor y que lleva a las hermosas poblaciones del Valle de Tenza, frontera entre los departamentos de Cundinamarca y Boyacá. Luego de pasar por Santa María sobre la media noche, llegamos a una finca por San Luis de Gaceno, donde Angélica, la única chica del grupo, nos esperaba a las 2 de la mañana con un banquete de pasta con pollo y jugo de naranja.

Despertamos el 24 de diciembre en medio de montañas y neblina. Luego de desayunar, continuamos el descenso de la cordillera oriental hasta llegar al cruce llamado El Secreto, punto donde pasa el río Upía, frontera natural entre Boyacá y Casanare.

Disfrutamos del llano majestuoso que se abre con sus atardeceres y su diversidad; bordear la falda de la cordillera es todo un espectáculo de color. El sol nos acompañó por toda la pavimentada y en cada parada, jugamos y bromeamos para engañar el cansancio.

El tren de biela es lo que nos hizo avanzar por Sabanalarga, Monterrey y Aguazul mientras llega la noche. Pasamos alegres el último puente y a lo lejos vimos por fin las luces de Yopal. Con las fuerzas en el piso y las risas escandalosas, festejamos con vino en un hotel la llegada de la navidad.

Antes de salir el 25 de diciembre, desayunamos vino endulzado con jugo de uvas de la noche anterior, pues nuestra celebración se perdió entre el sueño y el cansancio. Rumbo nororiente, atravesamos el majestuoso rio Cravo Sur y tomamos toda la ruta pavimentada que nos llevaría hasta Paz de Ariporo, ya habíamos estado allí, cuando hace dos años veníamos de atravesar Casanare desde el río Meta, y emprendíamos luego la subida al Páramo del Pisba.

Luego del almuerzo y dormir como era habitual en todos los restaurantes, avanzamos hacia Hato Corozal, lugar de encuentros y desencuentros. Allí, despedimos calurosamente a nuestro amigo Frey, quien se atrevió a dejarlo todo en la carretera durante tres días, para estar con nosotros y así lograr encontrarse con sus amigos ciclistas, pertenecientes al Club de los Costales. Pero también allí estaba Gustavo, que había tomado bus esa mañana desde Bogotá para lograr alcanzarnos y unirse al parche. Seguíamos siendo, al final, nueve.

Continuamos unos kilómetros más, la noche avanzaba y, al atravesar el río Casanare, entramos por fin al Arauca vibrador, como dice la canción Alma Llanera de Rafael Bolívar Coronado.

 

“Yo nací en esta rivera

del Arauca vibrador,

soy hermano de la espuma

de las garzas, de las rosas,

soy hermano de la espuma, de las garzas, de las rosas

y del sol, y del sol.”

 

Llegamos a Tame a las 10:00pm. Contamos con la ayuda de los amigos del club Manares Mtb Hato Corozal, quienes nos ayudaron a encontrar un hotel económico y que a esa hora alguien nos recibiera con ese montón de bicicletas.

El 26 de diciembre empezó lo que continuamente llamaríamos “Día de Eliminación”. Despertamos a las 4:30 am dispuestos a atacar de nuevo la cordillera oriental y cruzar los 100 kms de carretera destapada que hacen parte de la famosa “Ruta de la Soberanía”, uno de los siete “trampolines de la muerte”.  La meta esta vez era llegar a Pamplona atravesando los departamentos de Arauca, Boyacá y Norte de Santander.

Transcurrió la mañana entre Fortul, Saravena y el río Bojabá, almorzamos en Cubará, el último pueblito al oriente de Boyacá. Allí nos entretenemos con la vista: las montañas que nos esperan, la trocha y un mural que aconseja: “Si el plan no funciona, cambia el plan, pero no cambies la meta”.

Desde Cubará, a las dos de la tarde, cada uno emprende el primer ascenso de aproximadamente 30 kilómetros a su ritmo, para llegar hasta el alto de la Mesa. Fue la cuota inicial del atardecer. Luego de un descenso rápido de 4 kilómetros enfrentamos el segundo ascenso: 15 kilómetros hasta los 2.100msnm, más empinado y con un terreno más difícil. Coronar el Alto de la Virgen al llegar la noche, con frío y cansancio extremo fue la cuota que se tuvo que pagar.

Pero faltaban 36 kilómetros de travesía, dos altos y un descenso muy pedregoso para llegar a un pueblo empotrado en la montaña: San Bernardo de Bata. Al final, en bus, camión o pedaleando, cada ciclista llegó allí como pudo; ya iba a ser media noche y el cuerpo no daba más.

Poco a poco los ciclistas llegaron al único restaurante abierto: Franklin y Jack que fueron los primeros decidieron cenar y esperar al resto del grupo; Justo decidió continuar, con los 45 km restantes hasta Pamplona, comprando una pechuga de pollo y llevando mecato para el camino; Carlos Chitivo llegó minutos más tarde. A las 11:30pm llegaron Gustavo y Andrés. Se quedaron esperando a Kike y Alejandro que iban muy quedados, y ya con frio tomaron la decisión de subirse a un camión porque la mente les jugo una mala pasada: era una zona de conflicto, ya estaba haciendo mucho frio y no quisieron arriesgarse.

Sin señal y desesperados por no saber nada de los dos compañeros que faltaban, los primeros escuchaban las historias que cuentan las meseras en el restaurante, y decidieron definitivamente quedarse allí y reponer fuerzas para el otro día. Alejandro llega por fin, y casi a la una de la mañana, Kike llegó con su bicicleta en un camión.

Kike, quien participaba por primera vez en una Antitravesía, dice, contundente:

-      Muchachos, me eliminé. No creo poder continuar mañana.

Todos, al escuchar sus palabras, recordamos el cansancio de nuestros cuerpos; todo duele, faltan muchos días de viaje, muchas montañas y los ánimos se evaporaban con el frio de la madrugada de ese miércoles 27 de diciembre.

Es el quinto día y el grupo, luego de un breve sueño reponedor y unas cuantas bromas se decidió dar marcha a los buenos pensamientos. Justo y Angélica estaban en Pamplona esperándolos, pero los demás decidieron tomar la ruta que va hacia Toledo para luego, encontrarse con ellos en el cruce adelante de Chinacota y descender todos hacia Cúcuta.

Una vez allí, al terminar la tarde, tomamos rumbo noroccidental hacia la región del Catatumbo. Atravesar esta zona de la cordillera oriental es todo un reto ciclístico, teniendo en cuenta que la zona ha sido custodiada durante muchos años por diferentes grupos armados al margen de la ley.

Abandonamos el casco urbano de Cúcuta al atardecer y la vía poco a poco se iba quedando sola, no había más carros ni más ruido. Sólo algunas casas a los lados del camino y personas que se quedaban mirando nuestros bombillitos blancos y rojos como si fuéramos extraterrestres. Y vaya que los somos, llegamos a lugares donde poco entienden nuestros comentarios pesados y chanzas grupales.

Avanzamos 40 kilómetros en medio de la nada y el único lugar iluminado que encontramos fue un parador-restaurante. Allí decidimos comer y desde una mesa cercana la única pareja de clientes que quedaba llamó a uno de los ciclistas con la mano:

-         Buenas noches joven, perdone la pregunta: y ustedes, ¿hacia dónde van?

-         Hoy vamos hasta Tibú.

-         ¿A esta hora?

-         Si, luego de comer.

-         Bueno, no es recomendable andar por ahí de noche.

-         Es que queremos avanzar para lograr atravesar toda la cordillera, pasar por el Tarra no tan tarde, y así bajar a la Ruta del Sol.

-         ¿Y en bicicleta? ¿Luego hacia dónde van?

-         Hacia La Guajira.

-         ¡Uyy no sea toche mano! Pero ¡que están pagando! ¿Y por aquí? ¿Por qué no se fueron por Bucaramanga mejor?

-         Bueno, la verdad es que queríamos hacerlo difícil.

-         Pues déjeme decirle que es muy arriesgado. Por aquí han pasado cosas feas, y no creo que sea buena idea ir por ahí; nosotros teníamos dos lotecitos por esta zona y preferimos venderlos. Si ustedes no están “recomendados” por alguien que viva por allá, es mejor que no salgan y menos a esta hora. Quédense más bien aquí, en este hospedaje.

-         Bueno, no sé, lo consultaré con mis compañeros. Es que…

-         Pues eso es lo que yo les aconsejo, yo de ustedes no me iría por ahí. Allá no hay ley, y pasan muchas cosas. Y ustedes, ¿en bicicleta? Uyyy en la frontera con Venezuela la cosa esta caliente, hay mucha necesidad ustedes saben, y no se sabe con quién se puedan encontrar. Es mejor que se devuelvan, pingos.


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