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Coronavirus Apocalypsis Escape Tour

24.08.2020


Por: Irina Karmazina 

“A veces rodamos para olvidar. Pero nunca olvidamos rodar.” 

Ir desde Bogotá hasta Barichara ha sido mi objetivo desde que empecé a montar bici (hace un año apenas), pero siempre se presentaba algo y el plan nunca se concretaba. En marzo de este año 2020, tenía una semana de receso en el trabajo y mi compañero de bici Juan y yo empezamos a planear el tour. La idea era una aventura de toda la semana, descansando en Villa de Leyva, Barichara y Chiquinquirá para turistear. Sin embargo el virus nos cambió todos los planes. Con la llegada de noticias preocupantes sobre los primeros casos y el posible cierre y cuarentena, tuvimos que ajustar el plan y reducirlo significamente. Al final del plan inicial sólo quedaron 4 días en total sin descanso. La idea era:

-         Día 1: Bogotá - Villa de Leyva

-         Día 2: Villa de Leyva - Barichara

-         Día 3: Barichara - Chiquinquirá

-         Día 4: Chiquinquirá - Bogotá

Por todo el pánico e incertidumbre que empezaba a reinar en el país, llamamos nuestro plan “Coronavirus Apocalipsis Escape Tour”. 

Un día antes las maletas estaban empacadas, bicis revisadas, barras energéticas y snacks para el camino preparados.

Día 1.

Nos levantamos a las 2:30 am para desayunar bien, hacer el último chequeo y arrancar sin mucho tráfico en la salida de Bogotá. Estaba lloviendo, pero los ánimos estaban arriba. Estábamos muy emocionados y la lluvia era solo una molestia pequeña. El camino hasta Villa de Leyva ya era conocido: la autopista, Sisga, Ventaquemada, Puente de Boyacá, los trayectos recorridos ya varias veces… Paramos para almorzar por el Puente de Boyacá. Ya faltaba poco. A las 2 de la tarde, después de lavarnos por la lluvia otra vez, llegamos a Villa. Fueron 172 km con 1700 m de elevación acumulada en casi 8 horas. Felices y contentos, nos acomodamos en un hotel y fuimos a recuperar las calorías con una deliciosa cena y mucha hidratación.


Día 2.

La segunda etapa pintaba ser más difícil, con más elevación. Por eso también nos levantamos con los gallos, salimos sin desayuno, con la idea de parar en el camino a una hora más decente. Arrancamos por la carretera hacia Moniquirá en completa oscuridad hasta llegar con el amanecer a Santa Sofía, donde en la plaza principal estaba abierta una sola panadería. Después de varias porciones de huevos pericos con pan, nos sentimos preparados para continuar el camino. Salió el sol, nos rodeaban paisajes hermosos y el coronavirus parecía muy lejos, casi una mentira.


En Santander tuvimos que sudar no solo por el incremento de la temperatura, sino también por los ¨repechitos¨, como decía yo animando a Juan. Después de un cuarto “repechito”, él me avisó que a partir de ahora no se llamarán así, sino “rompeculos”. Así quedó: tres, cuatro “rompeculos” después, más o menos por la mitad del camino, hicimos una parada en una casa sencilla donde una señora vendía café. Nos preparó un tinto delicioso y nos recibió con todo el cariño y amabilidad de una campesina. Le pareció increíble nuestra aventura y le prometimos parar por otro cafecito el día siguiente, ya que el trayecto de regreso iba a pasar por este lugar también.

Estaba haciendo mucho calor, el sol mostraba todo su poder y nos tocó parar en cada pueblo recargando agua y electrolitos.

El almuerzo nos esperaba en Socorro, un pueblo bonito y encantador que perfectamente podría haber sido un pueblo Italiano o cualquier otro lugar de Europa por su increíble arquitectura.



San Gil llegamos ya junto con el atardecer, hicimos una parada técnica por un café. Quedaba el último tramo: San Gil - Barichara, donde tocaba subir la loma. Determinados a llegar al objetivo, subimos a las bicis de nuevo para hacer el último esfuerzo. Decir que estuvo difícil, es no decir nada… Mi luz delantera principal murió en el inicio de la subida pero tenía una de repuesto, la cual sin embargo no alcanzaba para ver bien la carretera, pero era suficiente para que los carros me vieran a mí. Logré la subida con pura fuerza mental, motivada por cumplir con la meta. Mi compañero luego me confesó que estuvo a punto de quedarse en uno de los hoteles del camino, completamente exhausto, pero no lo hizo porque no había señal y no tendría como avisarme que no seguía, así que para no preocuparme, siguió. Entramos a Barichara a las 9pm después de 188 km, 3,000 m de elevación y 10 horas pedaleando. La energía alcanzó para comer algo, bañarse y caer en la cama.



Día 3.

La tercera etapa prometía casi 4,000 m de elevación y las memorias de todos los “rompeculos” entre Barbosa y Socorro estaban todavía muy vívidas. Mi compañero no logró recuperarse bien y no tenía la fuerza para hacer todo eso, además era su primera vez en Barichara y quería aprovechar para conocer el pueblo. Entonces esta etapa iba a ser mi vuelo solitario.

Arranqué a las 5 am, la carretera estaba vacía y yo pedaleaba tranquila, en un estado meditativo, pensando en todo y en nada. En este trayecto llegué a una conclusión muy filosófica: después de cada subida, siempre viene una bajada. Así me animaba a mí misma, apretando en las lomas y descansando luego. Como había prometido, paré donde la señora con café, quien me recibió como una hija, con todo el cariño.

Me sentía bien, llevaba suficiente comida y decidí no parar para almuerzo en Barbosa, sino seguir derecho hasta Chiquinquirá, porque sabía que venía lo más difícil de la etapa: una subida constante de 47 km.

Me preparé mentalmente y físicamente (4 botellas de electrolitos y unos snacks para aguantar el camino) y empecé. Ya llevaba 140 km pedaleando y la bici de repente empezó a parecer muy pesada, las maletas parecían llenas de rocas, el sol quemaba, el aire parecía tener cero oxígeno y los pájaros en los árboles, que antes me animaban, ahora se estaban burlando de mí. En este camino no encontré ni un solo ciclista, carros también habían pocos y mi mente ya empezaba a jugar conmigo. Tuve que concentrarme en cada pedalazo, mandando toda la fuerza que tenía a cada pie. Para ser sincera, no recuerdo casi nada de los paisajes o los lugares que pasaba. Para distraerme del dolor de las piernas, me entretenía a mí misma contando cuántos pedaleos hay en 100 metros, cuántas curvas hay en un kilómetro, cuántos metros de elevación hay en 100 metros de distancia… Estaba difícil, pero yo estaba determinada a no rendirme. No se pueden imaginar mi emoción, cuando después del peaje me di cuenta que hasta Chiquinquirá quedaban solo 15 kilómetros y que eran todos de bajada.

Llegué, con las piernas temblando, después de 184 km, 3,860 m de elevación y más de 10 horas pedaleando.

Más tarde llegó mi compañero, contento con su día de turismo en Barichara y enamorado de ese pueblo.   


Día 4.

Madrugamos. Ya el nivel de energía estaba bajito, pero quedaba la última etapa hasta la casa. Salimos sin desayuno y tomamos el camino hacia Bogotá. Lo que no esperábamos, es que iba a hacer tanto frío. Este frío que te entra hasta los huesos, del cual tiemblas sin control y aprietas los dientes. La energía bajó hasta cero y los pies apenas lograban moverse. Al final encontramos un local abierto donde intentamos calentarnos con tinto y caldo de costilla, pero no lo logramos. Hemos tenido tres días de madrugadas, sumando casi 540 kilómetros, 8500 metros de elevación y 30 horas de pedaleo… Nos miramos uno al otro y decidimos subirnos al bus. Ya había sido demasiado. La última etapa quedó inconclusa. 

Ahora, después de tantos meses de encierro, añorando salir a montar en las rutas conocidas, recuerdo esta corta aventura con mucho cariño y me siento feliz y orgullosa de haberla hecho.

Y sigo con la esperanza de que vengan más aventuras, más rutas, más kilómetros en mi bici.




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